Santander, 30 de mayo. El sedentarismo entre niños y niñas se ha convertido en una preocupación creciente para la salud pública. Cada vez son más los menores que pasan largas horas sentados frente a pantallas, con una actividad física mínima o inexistente en su día a día. Esta falta de movimiento no solo afecta al desarrollo físico, sino que también tiene repercusiones sobre la salud mental, emocional y social.
La infancia es una etapa clave en el desarrollo de hábitos saludables y está siendo afectada por un estilo de vida marcado por el ocio digital, el uso excesivo de dispositivos móviles y la disminución del juego activo. La combinación de largas jornadas escolares, tareas académicas y un entorno que no siempre favorece el ejercicio físico contribuye a que el sedentarismo se afiance desde edades muy tempranas.
Este fenómeno está directamente relacionado con un aumento preocupante de enfermedades no transmisibles en la población infantil, como el sobrepeso, la obesidad y problemas metabólicos. Además, la falta de actividad física reduce la capacidad cardiovascular, afecta la postura, debilita la musculatura y puede generar dificultades en la concentración y el aprendizaje.
Además, el entorno urbano también influye en este compartimiento. La escasez de espacios verdes, zonas seguras para jugar o infraestructuras deportivas accesibles, limita las oportunidades de movimiento, especialmente en zonas con alta densidad de población o en contextos socioeconómicos desfavorecidos.
De esta manera, combatir esta tendencia requiere un enfoque multidisciplinar. La implicación de las familias, los centros educativos y el sistema sanitario es fundamental para crear entornos que favorezcan la actividad física cotidiana. Por ello, es importante promover el deporte e incorporar el movimiento como parte natural del día a día de la infancia.
